Un cambio de miradas

Dra. Carme Montserrat, catedrática de Psicología Social en la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Girona. Es directora del Instituto de Investigación Educativa y codirige el grupo de investigación Liberi en Infancia, Juventud y Comunidad. Ha trabajado en el sistema de protección a la infancia y desde 2003 su investigación y docencia está centrada en este ámbito.
Hace un tiempo, desde el equipo de investigación de la Universidad de Girona realizamos un estudio encargado por la Fundación del FCB titulado: “La juventud migrada sin referentes familiares en Cataluña: cambiando miradas”. Esta idea, la de conseguir un cambio en la manera de mirar que tenemos las personas a las otras, nos señala un camino a seguir necesario para alcanzar unos niveles de cohesión social satisfactorios para toda la ciudadanía.
Sabemos que, mediante los procesos psicológicos de categorización social, acostumbramos a clasificar a las personas según la semejanza entre ellas, y esta categorización provoca que tengamos una mirada condicionada por su —supuesta— pertenencia a un determinado grupo y no por la persona individual. En este contexto, la mentoría social permite que las personas podamos mirarnos y conocernos al margen del grupo al que parece que pertenecemos. Las ideas preconcebidas sobre cómo son los jóvenes, cómo son los jóvenes que migran, cómo son los jóvenes africanos que migran, pueden cambiar cuando nos ponemos al lado de una de estas personas y empezamos a hacer un camino —a menudo desconocido— con ellas. También las ideas preconcebidas sobre cómo son los europeos, los blancos o los de los países ricos pueden cambiar cuando se inicia este acompañamiento mutuo.
Ahora, después de unos cuantos años de mentoría y de caminar juntos, él y yo, pienso que nuestras miradas no tienen nada que ver con las del principio, a pesar de haber estado predispuesto al cambio desde el inicio (ya sabemos que la motivación suele ser un motor acelerador de procesos). A lo largo del tiempo hemos reconocido nuestras fortalezas, pero también nuestras debilidades, tanto a nivel emocional como de habilidades sociales; hemos discutido ideas y hechos, hemos estado de acuerdo y en desacuerdo, hemos planificado y replanteado planes, nos hemos visto en situaciones cada vez más diversas; pero también hemos establecido rutinas, nos hemos ayudado… en definitiva, nos hemos incorporado mutuamente a nuestras vidas y ambos nos hemos convertido en un referente para el otro.
Una de las cosas que más me sorprendió al inicio de la relación de mentoría fue cuando él me dijo que le había contado a su madre africana que ya tenía una madre catalana. Que eso la había tranquilizado y la había hecho muy feliz, porque ahora ya tendría quien lo cuidara lejos de casa. Desde ese día, siempre pregunta por nosotros, y si pasamos unas semanas sin vernos, él no se lo dice para no preocuparla. Mirad qué manera tan completa de integrar los dos mundos: con generosidad, con confianza, con reconocimiento hacia la otra persona, incluso sin conocerla, poniendo la vida del hijo en primer lugar y mostrando una gran empatía hacia él. Esto contrasta con la mirada que a menudo se tiene de estos jóvenes y de sus familias: que los abandonan, que ellos vienen a aprovecharse de nosotros, a delinquir, y un largo etcétera. Cambiar la mirada significa conocernos y reconocernos, y la mentoría, sin duda, lo facilita.
